Oigame, no. Yo no estoy a favor del aborto. Claro, tampoco me considero pro-vida para nada (bueno, siempre sí, me considero a favor de la vida, pero a una vida digna, hijos de la chingada).
Y es que nuestra Santa Madre Hipócrita Iglesia (de la cual me siento honrosa y vergonzosamente miembro) se pone a dar patadas a diestra y siniestra, a mover políticas y hacer cuanto está en su poder y haber para conseguir lo que quiere. No se dan cuenta en que tiempos vivimos. En fin, que se oponen al aborto, pero me gustaría saber cuántos de ellos se ocupan de todos esos niños que andan vagando por las calles todos drogados y prostituídos, de los que no van a la escuela porque tienen que trabajar, y otros etcéteras sin fin; en lugar de dedicarse a fastuosas liturgias, reuniones inútiles y paseos en vehículos comprados con donaciones para el Santísimo Sacramento, las ánimas del purgatorio y... por supuesto, para los pobres. Ayy, yo no creo mucho en el derecho a la vida, sino en el derecho a una vida digna. Y este concepto no es mío, lo admito, pero es bastante bueno. Ay, Señor, Señor, ¿hasta cuándo nos vamos a dejar de pendejadas y comenzaremos a trabajar en serio?
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